jueves, 2 de febrero de 2012

Mensaje en una botella


Y desde el mar vi cómo por fin aquella orilla comenzó a encoger. Cada día se hacía más y más pequeña hasta que un atardecer, desapareció con el Sol. El tiempo remaba mi barca y yo aprendí a disfrutar del aire fresco que protagonizaba la brisa. No volví a toparme con canciones de sirenas, ni tempestades inventadas, ni piratas ni naufragios. Encontré en las olas la mecedora del mar, la marea se convirtió en mi reloj de pulsera y la calma en el agua el espejo de la Luna en la noche. Desconocía a dónde me arrastraba la corriente ni qué tierra sería la primera que vería. Ignorar dónde me encontraba me traía sin cuidado pues tampoco sabía más que por el día dónde estaba el sur y el norte. Pero estaba segura de una cosa; y es que mientras hubiese ermitaños a los que espiar e islas de cojines que conquistar, estuviese donde estuviese, estaría en casa.

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