sábado, 12 de julio de 2014

El último vagón


Por evitar cortar la cuerda que sujetaba el ancla anudé, sin darme cuenta, mi propia brida al último vagón de un tren. Me acostumbré sin quererlo a estar yéndome siempre. A tener tan solo unos segundos para conocer lo que me rodeaba y ver que se hacía siempre más pequeño. En el último vagón todo se aleja, y cuando a penas has tenido tiempo de amar, aquello ya forma parte del horizonte, condenado a desaparecer.


Al estar constantemente in partenza, me fui desprendiendo a trocitos. Me dejé en las copas de los árboles más altos, pues eran las últimas en desvanecer; en las aves que volaban a gran altura; en las flores que crecían a los flancos de mi vía cuando no serpenteaba; en cada horizonte que se extinguió para dar su paso a otro. Me dejé en todo aquello que amé.
Pues partir, antes que marcharse o caminar, es dejar una mitad.

Era por todo esto, quizás sin saberlo, que evitaba cortar la cuerda del ancla de mi barco. ¿Dónde íbamos a navegar? ¿Acaso cabe un océano en un simple vagón de tren?

Y lo supe en las noches juntos sobre los techos de la ciudad: aquel cielo oscuro, único cómplice de nuestro deambular, jamás desaparecería con el horizonte. Podía levar el ancla e izar las velas, el agua siempre reflejaría las mismas estrellas sin tener que despedir ni una sola de sus constelaciones.

Desde entonces continúo en el último vagón. Aún me estoy yendo, pero ahora tan solo tengo que esperar al ocaso para alzar la vista al cielo y tener la certeza de que estamos navegando. 





martes, 15 de abril de 2014

La Victoria de Zarauz


Al mismo pirata que en la noche
asaltaba mi barco.

Llueve
y el sol no puede alcanzar
el agua
del mar que está irritado
porque ya no lo miras 
a los ojos.
Mírame,
estoy aquí
apoyada en el mástil
de tu barco.
Tengo las alas mojadas
de la tempestad.
Soy una gaviota
que quiere quedarse en tu nave
sin llegar a ser tripulación.
Quiero -y solo puedo-
ser testigo
espejo y
reflejo
de tu pulso.
Y gritarte desde el mástil
de tu vela
Quédate,
puedo ver dónde acaban las nubes.
Quédate,
no desembarques
a tu nao le crecen las alas.
Quédate,
yo me quiero quedar
a girar el mundo
contigo
yo me quedo.



viernes, 17 de enero de 2014

No me cales todavía

Hoy he salido de casa y me he dicho: no mires arriba. Has llegado al fin, nimbo. Nimbo, te sabía tan lejos y ahora estás tan cerca… No sé si salir a correr antes de que te precipites,  rendirme en mitad de una plaza a fundirme con los charcos o esconderme bajo un techo absurdo que no me protegería de saberte. Nimbo, has venido a quedarte, ¿verdad? A traerme el sabor de las antípodas, a levantarme las ciudades dormidas, a confundir de estación mis golondrinas. Cuéntame cómo has hecho para despertar al insomne, cómo has resucitado al vivo, Nimbo, ¿cómo me has recordado lo que jamás se me olvidó? 

Si de veras has venido a mojarme, Nimbo, dime, ¿me sumergirás hasta el mar?  Hasta que logre respirar en el agua como un pez. Dime, ¿veremos las criaturas de la oscuridad? Los continentes perdidos, los animales sin nombre, la tierra más profunda, la verdad.


Nimbo, espera. Aún no tengo el barco listo, no puedo zarpar contigo. Me falta la tripulación.


martes, 14 de enero de 2014

Yo, Ana




Si alguna vez
lo inmanente
dejara de serlo
y en una de mis carreras
se me extraviase
el miedo,
¿qué sentido tendría
continuar?
Mi miedo es mío.
Inherente.
Aguijón. 
No es más que
la conciencia de que
existe el lugar equivocado,
la certeza de
poderme tropezar.
No merece la pena
un vuelo
sin vértigo.
Mi miedo es mío.
Inherente
Aguijón.
El hambre
la sed
las ganas
el despertador.
Este es mi miedo,
mío
y de nadie más.