martes, 2 de abril de 2013

De un tac un bis


Me daba la sensación de que me quitaban la vida por ese agujero en el techo, esa chimenea sin llamas con una puerta que da al cielo. Una absurda puerta. ¿Es que a caso puede tener el humo la opción de no escapar del fuego? O lo que es más importante, ¿puede no querer hacerlo?

Y por si no fuera suficiente, el tac-tac-tac de la lluvia disipando cualquier posible duda que pudiese yo tener de su presencia. ¿Habrá cesado ya? Y un tac-tac-tac arrebatando a mi pregunta su carácter de retórica; espantando un tímido, lejano, remoto acercamiento de Apolo al lecho, que cada mañana se manifestaba en ausencia. Y en mi sueño el castigo de la certeza a golpe de tambor en el cristal: tac-tac-tac. 

Llueve. Llueve y mi techo se desangra, y yo con él sin saberlo. Llueve y el cielo parece haber sustituido la luz celestial del día por un fuego infernal en las noches. Y es este pozo pues, una chimenea del revés: la combustión está afuera.

Y yo, como una bruja con sus recetas, busqué un amnésico nocturno: hallar en la música una canción capaz de camuflar el tac-tac-tac del tambor. Y soñar con cuatro violines, un violonchelo e anche un piano de cola. Pero nada de tambores. Que no es agua, que es música calada.
Que no es agua.

Y como quien se corta el pelo para empezar de nuevo, remé con mi música a otra parte: unos metros más al este de la stanza.

Ahora por fin lo he comprendido. Esa puerta absurda estaba para que yo, por miedo a que algo pudiese ocurrirme, la tuviese siempre cerrada, con llave. La trampa es que me hallaba dentro y no fuera de ella.
Yo, custodia de mi yugo, alcaide de mi jaula.


Michael Cheval