viernes, 7 de diciembre de 2012

Yo tenía un gato

Yo tenía un gato blanco de manchas grandes, negras. Le gustaba jugar conmigo, pero a mí me gustaba más jugar con él. Me gustaba tenerlo a mi lado.
Él aprovechaba las ocasiones en las que la puerta de la calle se quedaba abierta y se marchaba. Solía regresar al cabo de unas horas. Otras veces tardaba días, y en alguna que otra ocasión, el muy callejero volvía después de semanas, incluso meses. ¿Qué haría durante todo ese tiempo? ¿Viviría en otras casas en las que le dieran mejor de comer? ¿Tendría otros dueños que ver? ¿A dónde iría? Regresaba con las orejas agujereadas, el pelo lleno de nudos y manchas de grasa, los bigotes retorcidos, el hocico lleno de arañazos... Y a veces, traía el rabo entre las piernas. 
La curiosidad lo lastimaba, pero no parecía importarle. Él salía a buscar respuestas que no podía encontrar en casa. Necesitaba los estímulos de algo distinto, precisaba de los desengaños que le hacían volver y darse cuenta de que era aquí donde quería estar, éste era su hogar.
Me gustaría haberle podido ahorrar todos esos arañazos, todas las noches que pasó a la intemperie o metido en algún motor de coche, anticipándole que finalmente volvería. Pero, aunque me doliese verlo tan maltratado, yo solo podía darle un cuenco de leche y montones de caricias cada vez que regresaba. Aprendí a quererlo cuando estaba conmigo y a esperarlo sin desesperar cuando se iba.
Él era así: un gato caprichoso, callejero, y yo lo había aceptado.


Riña de gatos - Goya


4 comentarios:

  1. La cosa es aceptarlos como has hecho tu. Los gatos suelen ser callejeros, independientes y solitarios. A veces se agobian con el entorno y deciden despejarse un tiempo.

    En realidad o en paralelismo, todo es igual. Hay que esperar a que vuelva, si se quiere, si no, hay muchas manadas donde podría vivir.

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