viernes, 5 de octubre de 2012

A sus 21 decidió volver a aprender a caminar


Dicen que aprendió a andar antes que a sentarse. En la playa se resistía a poner los pies sobre la arena: cuando papá la sostenía en volandas para dejarla caer en el suelo, ella encogía las piernas hasta darse en la nariz con las rodillas. 
Mamá la acompañó en su primer día de colegio. Ese día estuvo protegida de la malvada Señorita Tere, a la que tuvo que plantar cara más tarde para que no le cortase las coletas. Las tardes de los jueves merendaba pan y queso en la casa de la abuela: ella se balanceaba en su mecedora mientras en la televisión se oía uno de esos programas de Canal Sur o El gato montés sonando en alguna plaza de toros sevillana: el abuelo no se perdía una. Con su hermana inventó vidas de peluches, subió a tejados hechos de sillones y fueron familia adoptiva de un gato llamado Panchito. Todas las tardes del verano fingían dormir la siesta: se levantaban a hurtadillas y continuaban el juego que habían dejado a medias al mediodía. 
Mamá la enseñó a leer a base de llantos. Cuando la Señorita Paqui la llamó a su mesa para evaluar su lectura se sorprendió: era incapaz de seguirla con el bolígrafo sílaba a sílaba, como hacía con los demás niños. Le obligaban a ponerse vestidos de princesita y aquel jersey de punto hecho por la tita Josefina que tanto detestaba. Pero cuando le dieron la oportunidad de hacer la comunión en vaqueros, no se atrevió a hacerlo. 
Mientras se bañaban y jugaban con el agua y la espuma hasta que se le arrugaban los dedos de las manos, se escuchaba de fondo Sabina, Carlos Cano, Luz Casal, Ana Belén,... O el clásico 'O Sole Mio, tantas veces cantado por papá para hacerlas reír. 
La abuela iba a casa todas las mañanas a las 8.45. Les lavaba la cara con una toalla húmeda, les echaba colonia y después las peinaba para ir al colegio. Papá las despertaba entre tonterías, entre silbidos, gacelas, palomas, golondrinas, perdices... De mil formas las llamaba. Más tarde, metía la caja de la ropa para planchar en su coche rojo, colgaba las camisas en el techo, metía algunas herramientas en el maletero y las llevaba al colegio. Cuando llovía las acompañaba hasta la puerta. 
Por las noches a veces mamá les leía cuentos. Su favorito era aquel en el que una señorita le tejía un abrigo de lana a su casa porque hacía mucho frío. 
En clase intentaba imitar la caligrafía de la María, hasta que un día se rebeló y ya no quiso ser como ella nunca más. 
(...)

To be continued...




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