domingo, 27 de octubre de 2013




La noche es un lugar virgen de convención. Ocho horas ininterrumpidas de libertad. Tiempo sin esterilizar que aún sobrevive al riesgo de ser desbaratado. Es el pasar desnudo de la vida, la cara silvestre de los días.
La noche es la selva en la que habitan los sueños. Deseos reprimidos, secretos inconfesables, pensamientos bochornosos. El hombre sin máscara ni presunción. La muerte de la fatuidad.
La noche es un escenario construido de silencio cuyos artistas son los sonidos que ahogamos por el día. Una orquesta de goteos de grifo, pisadas de gato y cantos de grillo. Un desfile de pijamas, la caída de los estratos. Porque en la noche ronca el príncipe y ronca el mendigo.
La noche es el terreno ideal para inventar las reglas que infringimos con una pena diseñada a medida. Porque en la noche todos los trajes quedan bien, no porque sean perfectos: porque nadie nos ve.
Es por todo esto que me retiro a la noche. Porque no hacen falta licencias ni títulos para ser bailarina profesional de pasodoble.



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