miércoles, 11 de diciembre de 2013

Agosto del 79


Hemos entrado en erupción. Y a pesar de que el miedo no llega nunca a ser pánico, aquí estoy, ferma, en el regazo del Vesubio. No temo al fuego: calienta pero no me abrasa. Es que aún recela el corazón de contagiarse de las llamas.
Pero podría ser partícipe de la explosión. Podría fundirme con su magma y jugar a ser un río entretenido que no llega jamás al mar. Elevarme al fin al reino de las aves, alterar el azul del cielo, volar como nube negra y ser todas las figuras que imaginé siendo espectadora tumbada en la hierba. Podría ser dueña de mis formas y al cansarme de las alturas precipitarme en mil partículas de ceniza. Quedar suspendida como mota a merced del viento, esparcirme por el mundo y vivir en millones de sitios al mismo tiempo.

¿Pero y después? ¿Querría ser roca cuando todo se enfriase? ¿Quién vendría entonces a derretirme, a brindarme el milagro del movimiento?
¿Te quedarías para siempre conmigo, a la espera de la otra vida?



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