Hoy había tres niños en la calle. Jugaban a la pelota, cantaban tonterías, gritaban... Y a mí, con el alboroto, ¡no me dejaban estudiar! De repente vi que repararon en la pared. A mí se me cayó el lápiz de las manos. Señalaban en la pintura blanca unos garabatos, desde mi ventana, inapreciables. Movían los dedos una y otra vez recorriendo el dibujo de arriba abajo, describían círculos, se empujaban y discutían entre ellos, preguntándose qué sería. Supongo que, para cuando yo abrí la ventana, la contienda ya llevaba un rato:
-¡Es un caracol!
-¡Anda ya! Es una piruleta, lo que pasa es que no tiene color.
-¡Qué va! ¡Es un monigote! Mira, aquí está la cabeza, esos son los brazos y aquí están las piernas.
-¡No! No puede ser un monigote, ¿no ves esas letras?
-¿Qué letras?
-Mira, ¡ahí!
-¿Y qué dice?
Igual que antes, me sigue dando miedo acercarme para ver qué dice.
No quiero que la dueña de la casa piense que he sido yo.